(Al que le de hueva, ni modo)
El oficio de enfermera
Llueve por la luna, afuera está húmedo y frío, los grillos han dejado de cantar. Dentro de la casa el sueño no tiene tiempo, está tibio debajo de las cobijas, y las dos, una al lado de otra, brincan, corren, vuelan entre golondrinas, pintan muñecas de escondite terso, juegan a creerse ángeles y subir con todos al cielo. Ellas duermen tranquilas, no existe un ínfimo ruido en la apacible alcoba, pero algo las hace despertar de sobresalto haciendo crujir el sueño; es el ruido del teléfono lo que las estremece, Ana medio dormida, estira la mano para alcanzar el auricular:
-¿Bueno?-contestó con una voz ronca que le produjo una ligera tos-¿Doctor Herrera...? no importa doctor... si puedo, pero tendré que llevar a mi hija por que no tengo quien la cuide... claro doctor, en media hora estoy ahí-¡Angélica despierta! tengo que ir al hospital y tendrás que acompañarme- dijo mientras la sacudía de los hombros.
Angélica se llevó las manos a la cara, quitó sus lagañas, bostezó, apoyó sus pies en el suelo y fue directamente al baño, prendió la luz y volteo para mirarse en el espejo, acarició sus cabellos para desenredarlos y sonrió para ver como habían amanecido su dientes, después se paró derecha con los pies juntos y le dijo a la niña del espejo:
-Hoy vamos a ser enfermeras para curar a toda la gente, quiero que estés bien despierta para poder trabajar bien.
Ana se cambia apurada después de poner a calentar el café que dejó sobre la mesa, entra al baño para arreglarse un poco y mientras se lava los dientes, Angélica toma la taza de café para beber y terminar de despertar, igual a su madre que lo hace todos los días.
Al salir de casa sintieron la calle solitaria, de asfalto húmedo, que corría a las aves con el silencio invernal, sintieron que se encogían, haciendo parecer su ropa más grande. Caminaron agarradas de la mano hasta la puerta del carro, subieron, se frotaron las manos, Angélica prendió la radio y Ana puso el auto en marcha, desde la ventana parecía como si alguien hubiera pintado el camino de azul con negro, haciendo parecer a noviembre más nostálgico.
Al llegar al hospital le informaron a Ana que había dos pacientes de urgencia y que el doctor Orozco necesitaba ayuda. Después de vestir la bata de enfermera, lleva a su hija con Violeta, la recepcionista.
Angélica ya había estado en el hospital muchísimas veces, conocía a la mayoría de los empleados, inclusive conocía enfermos que llevaban tiempo internados, una de ellos era su amiga Isabel, la cual tenía un poco más de tres meses durmiendo en el mismo colchón, pues no se podía recuperar del todo. Violeta dejaba que la visitara, así ellas dos se cuidaban solas y se ahorraba el trabajo de tenerlas siempre en la mira. Las dos niñas eran de la misma edad, encontraban muchas cosas en común de las cuales platicar, y si Angélica iba a su cuarto y ella estaba dormida, se podía acostar en el sillón.
Angélica abrió la puerta y vio como la luz de la luna pasaba entreabierta por la habitación, rozando suavemente la silueta recostada de ojos morenos, cerrados, de Isabel. Entró y se sentó silenciosa para no despertarla, allí se quedó viéndola, recordando la ultima plática que habían tenido.
-Isabel-dijo con una voz tímida mientras agachaba la mirada-, ¿Tu que quieres ser de grande?
-Voy a ser doctora
-¿En verdad?-preguntó con asombro.
-Sí, quiero descubrir alguna poción mágica para curar todas las enfermedades.
-Yo quiero ayudarte, estoy empezando a ser una de las mejores enfermeras en este hospital.
-¿Sí, sabes inyectar la medicina?
-Claro
-Entonces debes de ser muy buena, mi mamá dice que cualquiera que sepa inyectar es doctora.
Sintió orgullo al recordarlo, aunque fuese mentira que supiera inyectar.
El borrego blanco salta en la oscuridad, la habitación; media luna en un cuarto –no se escucha cuando debiera despertarle- la luz en la mano se escurre entre fantasmas, tocan apenas con las yemas la caja de temor guardada en sol. Cerrando los ojos, los espectros son visibles en la oscuridad, engañosos. Camuflados blancos-negros, de piel ropavejero o de zapato ahogado. Cierra los ojos. Ahora se acerca y murmura detrás, jala el alma, te ahoga en un suspiro, se ha quedado inerte con los ojos en la espalda. Voltea lentamente y míralo. Se detiene el tiempo en el momento invisible; nuevamente, una ráfaga hace crujir el espacio inmóvil, callado.
Isabel suda, gime y mueve su cuerpo en señal de queja y dolor, Angélica se asusta un poco y sale lo más rápido que puede del cuarto. Se dirige con Violeta un poco alterada, como si hubiera corrido.
-¿Sabes inyectar?
-Sí. ¿Por qué?
-¿Cómo se hace?
-¿Para qué quieres saber?
-Es que yo voy a ser doctora de grande, por eso necesito saber.
-Ah bueno, en ese caso está bien, te enseñaré como inyectar.
Violeta se dirigió a un estante de medicamentos y tomó una de las tantas jeringas que había, volvió y se sentó.
-Pero necesito un paciente que inyectar.
Angélica sintió como se le iba el aire, su corazón latió con fuerza y su cara se torno un poco pálida. No quería que inyectara a nadie, mucho menos a ella. Se quedó con la boca abierta, la recepcionista quitó la aguja de la jeringa y la tiró a la basura.
-Pacienta, venga para enseñarle a inyectar.
Angélica suspiró reconfortante.-Sí-. Y se dirigió a Violeta.
-Primero tomas la jeringa así, luego la llenas de la poción, le bajas un poquito el pantalón, le pones alcohol a la pompi y lo inyectas así -Decía Violeta mientras simulaba de doctora inyectando a su paciente.
-¡Au! Dolió.
-Pues tienes que sentirlo para poder hacerlo. Ya estas curada, ahora déjame contestar el teléfono.
-Gracias por enseñarme -dijo Angélica mientras corría al cuarto de su amiga enferma.
Esta vez antes de llegar a la puerta, miró hacía todos lados para cerciorarse que en ese momento solo existía ella, que no había en el pasillo ni en todo el hospital, alguien más que ella e Isabel. Empujó la puerta y echó un vistazo hacia la cama, vio que Isabel aun gemía y se retorcía entre sueños, cerró la puerta y caminó hacia el estante para conseguir sin que nadie la viera, una jeringa. El proceso para obtenerla no fue difícil pues estaba a su altura, miró a todos lados y cuando nadie la observaba, utilizó su mano veloz para tomarla y guardarla de inmediato en el bolsillo. Ahora pensaba que solo le faltaba una medicina que sirviera para curar a su amiga, fue cuando recordó el nombre de la sustancia –poción mágica- se dijo para sí misma, y empezó a buscar por todos lados. Abrió puertas, esculcó en cada cuarto vacío, pero no tenía suerte, no había nada parecido, hasta ese momento que se sorprendió al ver un líquido verde fosforescente posado al lado del trapeador. Abrió con los dientes la envoltura de la jeringa y quitó el tapón, acercó la aguja al líquido, la llenó, la colocó frente a sus ojos y la miró de cerca, dio tres golpes con el dedo índice y la guardó en el bolso del suéter después de ponerle la tapa. Nuevamente se aseguró que nadie la viera y entró con cautela en el cuarto, prendió la lámpara que estaba al costado de la cama.
-Hola Isabel, ¿Te sientes mal?
-Sí, mucho. No puedo dormir -dijo gimiendo.
-¿te acuerdas de la poción mágica? La encontré.
-¿Lo juras?
-Sí, aquí la tengo, vine a curarte -Dijo Angélica mientras le enseñaba la jeringa con el liquido verde fosforescente- Solo será un piquetito y quedarás curada para siempre, te lo prometo.
-¿Segura que sabes inyectar? –cuestionó con la respiración alterada.
-Sí, a la perfección, tú no te preocupes.
Isabel le da la espalda. Angélica observa una vez más la jeringa y le pega con el dedo –Va a doler un poquito, pero es por tu bien- Le baja un poco el calzoncillo y la pincha; deja caer el pulgar en la jeringa, introduciendo el líquido en el cuerpo, la retira y le sube la ropa interior...
El cuarto se ha quedado silencioso, ni siquiera el viento interrumpe el sabor de ese sonido, el sol ha empezado a entrar por la ventana, haciendo amarilla la vista. Angélica se sienta en el sillón, toca su pecho, mira a su amiga reposar en la cama y suspira aliviada mientras pronuncia con una voz muy baja:
-Sé volvió a dormir.
***
*Nursery Rhyme de unkle